domingo, 6 de enero de 2008

出租汽车

-¿De qué país eres?

Esta pregunta la oigo al menos una vez al día, del cajero en el supermercado, o del reparador de bicicletas o hasta de algún nativo que me ve caminando por la calle y siente curiosidad. En esta ocasión, montado en un taxi a las cuatro de la mañana, camino a casa, la pregunta vino del conductor mismo.

-Colombia-respondí.

-¿Qué? ¿Dónde?

-Colombia-repetí. Esta vez lo dije más lentamente y con énfasis en cada una de las cuatro sílabas que componen el nombre del país cuando se dice en chino-, Ge...Lun...Bi...Ya...

El conductor frunció el ceño. Obviamente le estaba prestando más atención a lo que le dije que a las calles de Tianjin, que estaban completamente desocupadas a esa hora. Se lo repitió a sí mismo unas cuantas veces hasta que algo en su mente hizo "clic" y soltó una exclamación de triunfo.

-Ah, Colombia-repitió, satisfecho, y se encendió un cigarrillo-. Ya entiendo.

Era cuestión de entonación. Por correcta que sea mi manera de pronunciar las cosas en chino, mi entonación no suena como la de un sinoparlante nativo, de tal manera que gran parte del tiempo la gente no me entiende hasta si estoy hablando correctamente.

-Y bueno-continuó el conductor mientras dió una vuelta precipitada por una esquina-. ¿Qué es bueno en Colombia?

Esa pregunta la oigo mucho también. Al principio intenté responderla con honestidad; representaré a mí país con lealtad, pensaba, y educaré a estos pobres chinos acerca de la amplia gama de riquezas naturales que poseemos. Sin embargo, con el tiempo me di cuenta que cuando un chino te hace una pregunta, o cuando te conversan en general, no quieren esforzar la cabeza demasiado, es decir, quieren respuestas simples a todo. De una palabra, de ser posible.

-Café.

-Ah-gimió el conductor. Decirle a un chino que Colombia tiene el mejor café del mundo es como decirle a un colombiano que en la India se encuentran las estatuas de Buda más bonitas que hay.

-El fútbol en Colombia es bueno, ¿no?

Una vez más, en vez de discutir acerca de los méritos del fútbol colombiano, pasados o presentes, opté por dar una respuesta simple y eficaz.

-Antes era muy bueno. Ahora no tanto.

Seguimos andando por las calles de Tianjin en silencio por unos minutos. Muros de concreto, rascacielos, de noche la ciudad se ve más gris que de costumbre. Me distraje un momento, pensando tontadas, y quedé tan ensimismado que no me di cuenta que el taxista me había hecho otra pregunta.

-Perdón, no entendí, repita-le dije.

El conductor, claramente irritado, repitió la pregunta, pero más rápidamente y sin vocalizar. Odio cuando hacen eso; ya de por sí es bastante difícil entender el chino, y nunca es divertido cuando se lo hacen más complicado. Además, el tipo tenía un acento muy fuerte. Lo único que entendí claramente fue la palabra, "mujeres". En mi inocencia, supuse que me estaba preguntando, como muchos taxistas me habían preguntado antes, si las mujeres de mi país eran bonitas.

-Sí, claro-afirmé.

Repentinamente el conductor pisoteó el pedal del freno y el auto se detuvo con un chillido de las llantas. La inercia me propulsó hacia adelante y me choqué de cabeza contra la silla de adelante.

-¿Cuánto estás dispuesto a pagar?

-¿Qué? No entiendo-dije, frotándome la frente-. ¿Pagar qué?

-Mujeres-escupió el taxista con afán entre bocanadas de humo-. ¿Cuánto quieres pagar?

Lentamente mi cerebro logró procesar lo que había sucedido: el taxista me había ofrecido una prostituta y yo le había dicho que sí. Mis ojos se pusieron como dos platos grandes y empezé a sacudir la cabeza vigorosamente.

-No, yo no quiero eso-, dije-. No no, no gracias.

-Pero me dijiste que sí-replicó el taxista.

-Pues sí, lo dije, pero...

-¿Entonces? Si dijiste que sí, ¿cómo me vas a decir que no quieres chicas?

-Bueno, es que no entendía lo que me estaba diciendo-ofrecí con tono apologético.

-Pero ahora sí me entiendes. ¿Quieres una chica o no? A los extranjeros les encantan las mujeres chinas, son muy bonitas. Además hacen lo que quieras. Siempre estoy llevando japoneses y coreanos, y ellos me las piden.

-No soy ni lo uno ni lo otro-respondí con un poco más de determinación-. No quiero una chica, ahora mismo sólo quiero que me lleve a mi casa.

-¿Alguien te está esperando, acaso?

-No.

-¿Entonces? ¿Para qué quieres volver a tu casa si no hay nadie? Yo te puedo llevar a un lugar donde estarás bien acompañado.

-Ya dije que no quiero.

-Es más, la vida de un extranjero en China es muy sola. No tienes amigos, nadie con quien hablar...

-Tengo suficientes amigos, se lo aseguro.

-No te creo.

-¿Qué?

-Creo que tú la estás pasando muy solo por acá.

-Que no es cierto, he dicho. ¿Podríamos seguir, por favor?

El taxista suspiró y puso el auto en marcha con muy pocas ganas. Hubo silencio por unos minutos. Ocasionalmente me miraba a través del espejo retrovisor, como si esperara algo de mí, y chupaba de su cigarrillo de manera meditabunda. Parecía querer decirme algo más, pero lo ignoré.

Faltaban dos cuadras para llegar cuando el conductor no pudo aguantarse más las ganas.

-Sabes, acá hay mucha gente pobre. No es como en tu país.

-En mi país también hay gente pobre-respondí.

-¿Más que en China?

-Por supuesto que no. Acá hay mil trescientos millones de personas, en Colombia solo hay unos cuarenta millones. Por cuestión de números obviamente hay más gente pobre aquí que allá.

-Exacto-dijo el taxista, triunfante-. En otras palabras, acá hay mucha gente pobre, sobre todo mujeres. Por eso es que se vuelven prostitutas, porque no tienen dinero y necesitan dar de comer a sus familias.

-¿A qué quiere llegar?

-¿Acaso vas a dejar que una pobre chica se muera del hambre? ¿No quieres ayudarle a que gane un poco de dinero?

Solté un suspiro de frustración. Vislumbré mi edificio a unos pocos metros de donde estabamos.

-Ya, suficiente-gruñí, sacando mi billetera. Le entregué el dinero al taxista con un gesto brusco y abrí la puerta del taxi, obligándolo a detenerse-. Acá me quedo.

-Así que...

-¡Que no quiero una chica!

El taxista quedó con la boca entreabierta, sorprendido por mi explosión repentina. Nos quedamos así unos segundos, mirándonos a los ojos, él con sorpresa y yo con rabia. Luego, de un golpe, me sonrió.

-Eres una persona muy recta y responsable-dijo-. ¡Te felicito!

Con esas palabras, se fue.

¿Qué rayos fue eso? ¿Acaso me estaba felicitando por rechazar la oferta que él mismo me hizo? ¿Me estaba probando?

En ese momento estaba tan cansado que ni me importaba. Confundido y saturado por el olor a humo, me metí las manos en los bolsillos y me dirigí a mi apartamento. Y pensar que en ese mismo instante, al igual que ahora, hay personas que aceptan su oferta y le dan a las pobres niñas chinas su sostén económico (mientras les quitan sus sostenes ergonómicos)...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Este relato es muy interesante, muchacho. Me intrigan tus días de colombiano en tierras orientales. Por aquí estaré leyendo tus escritos

Anónimo dijo...

Eh, Gianpaolo! Que belo blog! Continue com as histórias chinas que todos já pasamos!
I would like to copy your taxi story! Everybody had something like that in China, it`s amazing!
See you around the world,
Rodolfo Caravana (do you remember me?)